Testimonio de María Alexandra Cabrera

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En Colombia, donde el gremio del periodismo es pequeño y donde todos se conocen con todos, hablar es arriesgarse a perder un trabajo en un país en donde crece el desempleo.


Pero me mueve la convicción de que no hay mayor poder que la verdad y la necesidad de empezar a hablar abiertamente de temas tan delicados como el maltrato laboral. En 2017, once periodistas contaron en VICE Colombia el maltrato laboral que padecieron en el diario La República. Los entiendo, en Colombia vivimos muertos de miedo y hablar no es fácil.


De acuerdo con un estudio realizado en 2018 por la Universidad Libre, el 70 % de las personas que ha sufrido algún tipo de maltrato laboral no denuncia por ignorancia (no saben cómo hacerlo ni qué pasos seguir) y por miedo a perder el trabajo. Varias veces fuimos a quejarnos en Recursos Humanos, pero nunca sucedió nada”, asegura Franco.


El silencio como estrategia

La primera ruptura entre mi exjefe, María Elvira Arango, y yo, se dio justamente, por hablar. Por supuesto, se necesitan orientaciones y discusiones, el problema es cuando el único criterio válido es el del director, cuando se veta la opinión del otro y cuando cuestionar –lo que debe hacer un periodista– se vuelve imposible. Recuerdo cuando estaba editando una nota sobre un expandillero de Manizales, en la que yo daba el dato de cuánto dinero se hacía diariamente cuando fue líder de una de las pandillas más peligrosas de esa ciudad, y a María Elvira le pareció un dato irrelevante. Pero lo peor pasó cuando vi la nota ese domingo al aire y me encontré con una edición diferente a la que yo había dejado finalizada. Cuando llamé al editor para preguntarle qué había pasado, me dijo que a último momento tuvieron que quitarle tiempo al programa y que María Elvira eligió cortar mi nota. Cuando hablamos (por teléfono porque yo había viajado a hacer una historia), me dijo que no me preocupara, que en el programa esas cosas a veces sucedían y que, de todas maneras, la nota había tenido buen rating. Me preocupó mucho que Maria Elvira con su criterio intentara editar, sin mi presencia, una entrevista que yo hice al comandante guerrillero, cuando eso podía tener consecuencias delicadas para mí y para mi familia. Y, sobre todo, quedé muy sorprendida de que me hubiera borrado con una especie de Photoshop de la entrevista que le hice a Fito Páez y ella hubiera suplantado mis preguntas como si la entrevista la hubiera hecho ella. Por su parte, Luis Sarmiento, quien también fue periodista del programa en 2013, cuenta que “el trato de María Elvira Arango pasó muy rápido de ser amigable a ser un trato muy vertical y despectivo con un toque de arrogancia que no permitía tener un ambiente positivo y agradable a la hora de trabajar. A veces aprobaba una nota, como lo hizo con la entrevista que hice con el artista Billy Pontoni y, cuando salía al aire, me citaba en su oficina y me decía que la nota no había funcionado y que era aburrida. Cuando hablé con el único editor con el que había trabajado hasta ese momento (en el programa había tres) y, con quien la pasábamos muy bien editando notas hasta las diez de la noche, me juró que era mentira.


A pesar de todo, agradezca

Si la inequidad salarial hace parte del abuso laboral y la ley dicta que, a igual trabajo, igual sueldo, no es claro por qué unos siguen ganando más que otros. La inequidad salarial no se resolverá con normas, sino con un fuerte incentivo del empleo que está lejos de suceder. Poner el asunto de la inequidad salarial sobre la mesa la molestó muchísimo. Para cerrar el tema, me dijo que fuera donde la gerente del centro de noticias de Caracol Televisión quien, sin un argumento válido, terminó asegurándome que mi sueldo se debía a que yo era una “periodista de color” y que lo que importaba en el programa eran las notas de orden público y las notas de abrir, de las que hice varias, como una crónica sobre los niños venezolanos que atraviesan la frontera para estudiar en Colombia o las entrevistas con la bicicrosista Mariana Pajón y el futbolista Juan Fernando Quintero.


Dar la cara, ¿para qué?

Esa mañana había entrevistado a Carlos Vives para una nota sobre Egidio Cuadrado en la que llevaba tiempo trabajando, y a las tres de la tarde me dieron la noticia. No me permitieron terminar una nota sobre ludopatía que salía al aire ese domingo y estaba en pleno proceso de edición. María Elvira Arango, quien estaba haciendo una nota fuera del país en ese momento, nunca me dio la cara.

Desobedecer o pensar diferente tiene un costo muy alto. Pero, ¿vale la pena hacerlo? ¿Vale la pena aguantarlo todo por un trabajo? ¿Hay que callarse ante la inequidad salarial? ¿Hay que decirles siempre sí a jefes maltratadores solo para agradarles y conservar un trabajo? En mi caso, si miro para atrás, creo que no hubiera podido hacer las cosas diferentes. Escucharme y ser fiel a mí misma aceleró mi despido. No me arrepiento. Me hubiera dolido mucho más callarme.



Fuente: https://cerosetenta.uniandes.edu.co/los-abusos-del-trabajo/

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